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 XXVI FESTIVAL NACIONAL DE DANZA ANDINA EN NEMOCÓN

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Un grupo de mujeres y hombres desfilan en medio de la tarde lluviosa bailando por la calle sexta con sus trajes típicos que se componen de faldas negras y alpargatas. Los hombres con sus sombreros y camisas remangadas y el machete colgando de la cintura que a veces desenfundan para rascar sobre el pavimento y hacer sonar el metal en señal de reto recuerdan la vida campesina del altiplano cundiboyacense. El cortejo amoroso que representa esta danza, pero a la vez el desafío del hombre hacía el que le quiere quitar la pareja recuerda también actividades de labranza y violencia y el papel que ha desempeñado el machete como arma y herramienta en la historia nacional. La escena se repite a lo largo del trayecto que recorre la comparsa que hace unos minutos inició el  desfile por la avenida principal que atraviesa todo el pueblo hacía el coliseo. Y a medida que empiezan a desplazarse las diferentes delegaciones  aumenta el colorido de los vestuarios que muestran los trajes típicos de otras regiones de Colombia más alegres y menos frías que el de esta zona sabanera, aumenta también la música desde las carrozas y desde los instrumentos que tocan algunos bailarines y participantes. Los andenes suelen verse llenos de público que sale de las casas y se acerca a ver como se presenta este año el Festival, que muestran los diferentes  grupos que han venido mientras toman fotos con las cámaras y los celulares.

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El desfile no se detiene y por momentos los danzantes crean un bello juego de imágenes cuyo telón de fondo son las fachadas de las construcciones más antiguas que aún quedan en el centro de Nemocón.  Algunas achacadas por el tiempo con sus paredes de cal y sus tejados de barro. Esto nos recuerda que Nemocón ha sido un pueblo colonial y que hace poco cumplió 418 años de su fundación hispánica y que ha sido a lo largo de estos siglos un territorio prospero por sus minas de sal, sus fincas ganaderas, su agricultura y sus habitantes que han sabido amar estas tierras. Antes de la llegada de los españoles fue territorio de indígenas Muiscas que resistieron con fiereza a los conquistadores. Su papel en la historia posterior ha sido relevante en la época de la Revolución Comunera en 1783 y en la naciente República. Buena parte del casco urbano está rodeado de montañas y por momentos llegan como oleadas las ráfagas de un viento frio así no sea época de lluvias. Sin embargo los días del Festival de Danza Andina parecen espantar con sus bailes el frio y las personas salen de sus casas y paradas en los andenes esperan el paso de la comparsa donde vienen diablos que tienen el color de las llamas y pasan representando historias y leyendas de algunos lugares de los pueblos de tierras calientes. Pasa el grupo de muchachos que han venido del Tolima con sus vestidos largos que tiene el tricolor de la bandera, las camisas azules y rojas y los pantalones blancos de los varones con sombreros. Pasa un grupo acompañado de la música del pasillo bogotano de la Gata golosa con sus trajes negros representando la elegancia del cachaco que el paso del tiempo ha ido desapareciendo de la capital y poco a poco el desfile es más largo a  medida que avanza cada delegación que va rumbo al coliseo donde  los jurados del festival evalúan la participación de cada grupo que lleva a cabo su presentación después con cada baile para así coronar su aspiración de ganar los premios que se han establecido por cada categoría.

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La asistencia masiva de público a las calles a ver pasar la comparsa que se sucede generalmente en sábado, luego la numerosa asistencia al coliseo a ver a los bailarines que han venido de otras regiones de Colombia y los grupos invitados de otros países que desde hace ya varios años se vienen presentando hacen de este Festival el evento bandera del municipio dándole una identidad propia y a la vez lo proyecta como único a nivel regional.

Álvaro Murcia, el instructor de danzas del municipio con su buen humor que lo caracteriza, el hombre que más saluda la gente en las calles por donde va, recuerda que el proyecto surgió de un grupo de estudiantes del Colegio Departamental Alfonso López por el año de 1990. Era en los tiempos en que la Danza era materia obligada dentro del programa escolar y entre mejor se desempeñara como bailarín la nota llegaba a ser más alta. Allí empezó todo, este era un grupo exclusivo de estudiantes de esta Institución que representaba al municipio en los eventos a los que eran invitados e iban financiados por la Alcaldía. Recuerda también que fue en esos inicios del bachillerato en que le empezó a nacer ese gusto por las danzas folclóricas en su afán por obtener una buena calificación. Sus años de estudiante transcurrieron entre ensayos, salidas, presentaciones y las clases normales de cada día.  Se destacó desde entonces no solo como bailarín sino como líder de este grupo de jóvenes y luego de graduarse de bachiller  le fue encargado por el municipio la dirección e instrucción del grupo de danzas que ya dejó de ser sólo el grupo del Colegio Departamental Alfonso López, para ser más diverso, es decir que no perdía su esencia juvenil pero empezó a reunir estudiantes de los demás colegios y habitantes de las veredas, lo cual llevó a masificar en unos pocos años  la danza en la zona nemoconense.

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Recuerda también que en sus comienzos convocaban a Casas de la cultura y uno de sus propósitos era el de fortalecer los nacientes programas de Escuelas de formación que desarrollaban actividades en el departamento de Cundinamarca y otros departamentos del país. Así fue como empezaron a consolidarse las danzas en el municipio y a crecer de una manera rápida y progresiva. Hay varios factores importantes que influyeron, el primero de ellos, el apoyo permanente de la Administración municipal, el segundo, la inmensa acogida por parte de los habitantes de Nemocón en su zona urbana y rural que han sentido desde entonces como suyo el Festival y lo acompañan año tras año y la dedicación y empeño que maestros como Álvaro han puesto de manera incondicional.

Este es el Festival número XXVI nos recuerdan los avisos publicitarios y el año anterior se conmemoraron los primeros 25 años. Ya ha transcurrido un cuarto de siglo con proyección a una larga vida, sin embargo la fecha oficial de creación no coincide con la verdadera pues inició dos años antes, durante la alcaldía de José Gregorio Rincón y la recién creada Corporación de Cultura y Turismo. En este periodo de gobierno se realizaron los dos primeros festivales que se llamaba en ese entonces Concurso de danzas. Fue en el siguiente periodo administrativo en que se oficializó como evento cultural y artístico y para el 2002 se creó el Acuerdo Municipal No 10 en el que institucionalizó el Festival de Danza Andina para que de esta manera cada gobierno de turno lo sostenga y asigne el presupuesto necesario. Y se estableció que cada grupo participante venga de donde viniere debe  presentar en sus bailes dos danzas andinas para ser evaluadas por el jurado que lo integran tres personas de reconocida trayectoria nacional. También los habitantes de Nemocón recuerdan que antes se realizaba en septiembre y que otro acuerdo municipal del 2016 modificó el número 10 quedando establecido para el 2017 realizarlo en agosto el fin de semana que se lleva a cabo la fiesta de La Asunción de La Virgen.

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Son días de trajín para los empleados de la Administración municipal y el personal de Casa de la Cultura. Hay que estar pendientes del alojamiento de las delegaciones, de las comidas de los participantes, de los detalles del evento, el sonido, el desfile de la comparsa, la organización en el coliseo, la taquilla, las porterías. Hay mucho vuelteo, dice Álvaro y sigue recordando esos años anteriores. Tantas anécdotas le llegan a la memoria pero prefiere recordar una en especial aquel año en que faltando dos meses para el Festival uno de sus grupos consolidados decidió independizarse y participar por su cuenta y lo puso a correr a conformar uno nuevo que con la cooperación de las personas que lo conocían lo dejó en marcha en unos días y pudo realizar una excelente presentación ante el municipio y las delegaciones visitantes. Recuerda también esos años juveniles en que manifiesta su vocación por las danzas y la oposición familiar porque al igual que muchos parientes de artistas consideraban que esto no tiene futuro. Pero continua con sus danzas y habla de esos tiempos mientras mira el retrato del profesor Luis Antonio Orjuela en el pasillo de la Casa de la cultura y dice que fue un modelo inspirador en su juventud, en que además otras personas con algunos años y gran conocimiento se hicieron cargo de la Casa de la cultura y proyectaron desde las Artes plásticas, el Teatro y la Danza un nuevo horizonte para Nemocón.

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Estamos de nuevo en agosto, esta vez del 2018 y ha empezado un nuevo Festival de la Danza Andina que va a ser exitoso y la asistencia masiva a las diferentes presentaciones. Álvaro sigue recordando cuanta gente pasó por sus clases y le llegan a la memoria los nombres de muchos que ahora son profesores, otros se desempeñan como profesionales en diferentes áreas, si mi chinito querido, dice y otros han sido hasta alcaldes, recuerda que  Renzo Sánchez, el actual mandatario hizo parte de uno de sus grupos de danzas y los demás instructores del municipio, otros  de seguro son mejores seres humanos desde entonces y son padres y madres de los nuevos alumnos suyos. La charla se desvanece con la mañana lluviosa mientras van llegando las delegaciones de bailarines de otros lugares de Colombia y murmuran que hace frio este año el pueblo y los funcionarios de la Alcaldía van asumiendo sus funciones en estos tres días de trajín porque se trata de que estos visitantes se sientan bien durante el tiempo que permanezcan en Nemocón.

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FESTIVAL INTERNACIONAL DE POESÍA DE MEDELLIN

Este sábado 14 de julio después de las 4:PM se inicio el Festival Internacional de Poesía en su versión número 28 en el Parque de Los deseos donde se ha venido realizando desde los últimos tres años la apertura, rompiendo con la tradición de iniciarse en el Teatro al aire libre Carlos Vieco del Cerro Nutibara. Se dría que muchas cosas han cambiado de unos años para esta época, pero no es así. La asistencia en multitud sigue siendo tan grande como hace veinte años o quizás en los primeros festivales en que algunos asistentes cuentan que se veían personas encaramadas en los arboles que rodean el auditorio Carlos Vieco pues no cabía un alfiler en las gradas. Aun queda en los visitantes extranjeros y de otras regiones de Colombia el asombro de encontrarse con miles de personas que llegan a escuchar la voz de los poetas que han venido de diferentes lugares del mundo.La voz de los poetas en su propia lengua. Porque en ningún otro sitio como en el Festival se ha podido escuchar en su  plenitud el verso en lengua Árabe en su canto original que ya es de por sí una oración en una voz como la de Abbas Beidum, o Hamid Skif en God save América, un bello poema que habla de los norteamericanos invadiendo Irak, o la poesía oral de Galsan Tshing el poeta venido de Mongolia cuya lengua no posee escritura o la sensualidad de la lengua francesa en lo voz de sus poetas o los cantos nativos de Nueva Zelanda en la voz de Teressia Teiwa y el verso elaborado y profundo de los poetas hispanoamericanos como el chileno Gonzalo Rojas y su voz fuerte y sus anécdotas que el público aplaude o la serenidad profunda y breve de los poemas de Giovani Quesep, la voz unica de Marosa di Giorgio o esa poesía a los objetos tan elemental de Eduardo Mitre o los poetas performers como Clemente Padin convirtiendo la palabra PAN en PAZ en un atractivo acto visual.

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En veinte años  de asistir al festival, de convertirse en alguien cercano a cada uno de sus recitales y un poco a la organización, esto permite conocer un  poco más de un evento que ha alcanzado tal resonancia a nivel mundial que en el año 2006 le fuera concedido el Premio Nobel Alternativo por su labor Social a favor de la paz, no solo de Medellín sino de Colombia y otros importantes reconocimientos año tras año otorgadas por parte de varias organizaciones internacionales.

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Es una semana en la que los habitantes de Medellín pueden asistir a las lecturas de Poesía en diferentes espacios de la ciudad. Auditorios como los teatros ubicados en la zona centro acogen a los poetas y al público que como siempre acude en cantidad y a pesar del partido de una final del campeonato mundial de futbol, como la del domingo 15 de julio, o un torrencial aguacero como el del sábado aquel de cierre del Festival del 2010 en el Teatro Carlos Vieco en que miles de personas bajo los paraguas y otros cubiertos con hules escucharon a los poetas bajo la lluvia que se repitió muchas veces cuando Prometeo  realizaba algunos recitales en espacios abierto como los parques y algunas avenidas.

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Sin embargo ha predominado el uso de los auditorios cerrados, en especial los teatros del centro de la ciudad y de los barrios. Los que casi siempre se llenan y en algunos, como en el de Comfama hay que hacer fila para el ingreso y varias veces muchas personas se quedan sin poder entrar porque la boletería se agota y el límite de asistencia a sus auditorios queda copada. No falta ocasión en que se hagan amistades entre aquellos que no pudieron entrar a la lectura y el vínculo se mantenga a través del tiempo.

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Caminar por las calles del centro que llevan a la Bastilla en busca de los libreros que cada domingo colocan  su tendedero de libros sobre el andén permite conseguir a buen precio un ejemplar de los poetas colombianos y en algunos casos hallar números de las primeras revistas Prometeo con las memorias de los primeros festivales y los infaltables clásicos de la literatura universal. Ver a tantos vendedores informales con su carreta ofreciendo frutas y todo tipo de mercancías, oír en las noticias los últimos sucesos de violencia que amenazan la tranquilidad de la ciudad, hace pensar que no todo en este bello lugar llamado la ciudad de la Eterna  Primavera respira Poesía y cada Ritual que se realiza por parte de los chamanes en algunos recitales intenta conjurar el dolor de cada día y en cada poema una oración que clama por la paz de este país.

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En veinte años de asistencia al Festival pueden percibirse cambios en la organización y ciertas nostalgias que repiten algunos seguidores que acompañaron el evento desde sus inicios. Es verdad que ya no volverán muchos de aquellos grandes poetas de los primeros años porque varios de ellos han dejado este mundo y han quedado entre nosotros sus poemas. La lista de estos poetas ya es enorme y a otros sus condiciones de salud tampoco les permiten el desplazamiento. El tiempo nos ha pasado igual a los poetas y al público. Sin embargo ha emergido en estos años una importante pléyade de nuevos poetas que viene publicando su obra y haciéndose conocer en Colombia y en el resto del mundo. También hay en la ciudad multitud de poetas muy jóvenes que han nacido y crecido bajo el árbol del Festival y también de otras iniciativas alternas e individuales cuya creación va forjando la nueva poesía de la ciudad y se entrevé a través de eventos y publicaciones. Es cierto que ya no volveremos a tener en las mesas de lectura del Festival a muchas de las grandes voces del mundo poético. Las nuevas voces y otras que permanecían en la sombra han emergido para dejarnos sus versos en los últimos festivales y en cada letra impresa que circula día a día. El Festival ha promovido algunas de estas nuevas voces a través de las publicaciones y participación en diferentes eventos. De forma paralela desarrolla actividades la Escuela Internacional de Poesía desde hace  22 años, la cual consta de talleres, conferencias, conversatorios, cursos, dictados por poetas extranjeros y colombianos sobre diferentes temáticas cuyo objetivo es la creación poética. Durante el año se desarrolla el Proyecto Gulliver en los barrios de la ciudad que promueve también la creación poética en los niños y realiza cada año una publicación con los trabajos de los niños participantes.

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Las horas de los días del festival transcurren rápidas y el día se diluye entre recitales y reencuentro con amigos que solo es posible ver cada año por esta época. Amigos con los que se puede recordar que el Festival inició en el año 1991 en uno de los periodos más difíciles que vivió la ciudad y el país  por la violencia del narcotráfico y en si violencia de todo tipo. Tantas historias se cuentan de esos trágicos días que el imaginario de la ciudad las va resignificando cada día. Por eso la gente recuerda tanto aquellos primeros festivales y encontrarse a poetas como Juan Gelman, Eliseo Diego o Meira del Mar en los auditorios repletos y el exorcismo que ha ejercido desde entonces la poesía en los habitantes de la ciudad y los visitantes. También hay que hablar de una larga Tradición en el departamento de Antioquia de, poetas, trovadores, narradores orales y declamadores que hace de esta región una sociedad muy particular. Además de hábiles comerciantes, grandes empresarios y de una sensibilidad especial por la poesía. Lo decían hace años varios jóvenes asistentes a una de las lecturas en el parque San Antonio: es el único lugar del mundo donde los poetas se les pide autógrafos como a estrellas de cine.

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Pero el recorrido a través del tiempo no se detiene allí como tampoco se detuvo en el ultimo café del festival en el 2000 con Gabriel Jaime Franco y John Sosa o la Charla con Meira del Mar de regreso de un recital en la Alpujarra en el carro de Rodrigo Bernal o la larga conversación con Consuelo Hernández en la cafetería del Gran Hotel o aquella entrevista al poeta Umberto Senegal sobre el Haiku o tantas despedidas y tantos regresos con la maleta cargada de sueños.

El Festival termina el sábado 21 de julio en el lugar donde hizo apertura este año: el Parque de Los Deseos con la participación de la gran mayoría de poetas invitados este año. Sabemos que no es el lugar ideal por los ruidos externos y el bullicio de los vendedores que no se acogen al silencio del que escucha Poesía. Los seguidores del Festival quedamos a la espera de una próxima apertura y un cierre en el Cerro de la Poesía, cuyo nombre ya es palabra poética: el Cerro Nutibara, mientras tanto la multitud se congregará en el más religioso de los actos a escuchar a los poetas del XXVIII Festival Internacional de Poesía.

ROBERTO MAC DOUALL, GLORIA Y OLVIDO

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La vida de Roberto Mac Douall es un tejido de relaciones biográficas bien interesante: hijo del ingeniero escocés Alejandro Mac Douall quien construye la casa  de los Quevedo Zornoza actual Casa Museo;  estudia en el colegio de Santamaría de Nemocón, luego ingresa al colegio de los hermanos  Santiago y Felipe Pérez de Bogotá. Su vida (1850-1920) transcurre como la de muchos escritores de la época en medio de la enseñanza, el ejercicio de la política –es diputado, diplomático-alternando con la creación literaria. En este campo están quizá sus más importante logros. Pocos poetas zipaquireños han aparecido en más de 35 antologías de poesía colombiana al lado de las plumas más reconocidas del país. Ninguno tan buen improvisador del verso y prolífico en crear poemas extensos. También vale la pena tener en cuenta el prestigio que gozó en su momento y a la vez el escándalo y la polémica que se suscitó con la publicación  de textos suyos como El joven Arturo por el año de 1883 en el cual cuestiona y expone un punto de vista crítico, tenga o no las razones del caso acerca de la creación de las escuelas normales en Colombia.

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 Su poesía, como la de la mayoría de sus contemporáneos, podría decirse hoy, cae en cierto romanticismo tardío, sin embargo muchos de sus versos tienen enorme vitalidad, limpieza de estilo y una pulcritud muy elaborada. Hay cierto barroquismo,  cierta grandilocuencia en sus poemas a la patria, esos versos que exaltan a los héroes  nacionales y algunos momentos de la historia. Sin embargo, es de resaltar esa otra poesía muy en boga en los finales del siglo XIX y comienzos del XX, esa poesía del humor, del gracejo, del epigrama, de la crítica política que se debate entre la censura de aquellos regímenes conservadores: Caro, Núñez, Sanclemente, Marroquín, para citar sólo unos pocos.

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Como puede apreciarse, esos años de actividad intelectual de Roberto Mac Douall, son de enorme crisis a todo nivel –en un país cuya cotidianidad parecieran ser las crisis-y a pesar de todo la vida literaria discurre en aquellas pequeñas ciudades; mientras en Europa el Simbolismo y el Naturalismo, Baudelaire y Zolá marcan su influjo, en América va surgiendo el modernismo con Rubén Darío y en España la Generación del 98 debate y quiere proponer nuevas salidas a la decadencia del país, en Colombia con mayor atraso cultural de todo tipo, surge la Lira Nueva, espacio donde publican sus versos los poetas del momento. Es la época de Silva, el humor de Clímaco Soto Borda, la poesía de Candelario Obeso, que en medio de tanto europeísmo artificioso mira hacia sí mismo, le sabe escribir a su raza, son los años  de julio Flórez en Bogotá cuya popularidad que acerca multitudes alrededor de sus recitales y luego se extiende por casi toda Hispanoamérica, estos versos que cantara Gardel, versos declamados y convertidos en letras de bambucos  y varios géneros de canciones hasta hace muy poca en diferentes regiones colombianas.

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La situación de censura en la Guerra de los mil Días (1899- 1902) propicia el surgimiento de la tertulia la Gruta Simbólica, la cual reúne alrededor de setenta integrantes, entre poetas, literatos, músicos y bohemios alrededor de un tema en común para todos: el arte y la situación caótica que los lleva a reunirse durante las noches casi de manera clandestina. La revista que publican  llega a 25 números. Tanto de la Lira Nueva como la Gruta Simbólica hacen parte la mayoría de los mismos poetas, quien es considerado entonces una figura brillante y respetable dentro de la intelectualidad bogotana.

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A pesar de la importancia de su obra literaria, de una labor significativa en la enseñanza y una importante labor política, se tenga en el olvido su ejercicio intelectual, no solo en el ámbito nacional sino también en el medio zipaquireño donde las placas conmemorativas y los homenajes no bastan. Vale la pena decir que la ciudadanía, empezando por sus intelectuales, sus historiadores, sus docentes debe acercarse a la obra de Roberto Mac Douall. Los medios de comunicación, prensa, radio etc. deben abrir más espacios a la cultura y al arte, especialmente para destacar la obra literaria de sus escritores y poetas del pasado, que no se nos convierta en los datos de siempre, la mejor forma de conocer de verdad a un escritor de la talla de Roberto Mac Doual es leyendo, conociendo su obra y dándole la difusión que merece

JUAN, UN CONTADOR DE HISTORIAS

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Juan contaba historias que heredó de sus mayores desde muy niño. Todos los días contaba historias que en realidad eran las mismas y a veces por las variaciones no siempre parecían la misma VERSIÓN. Daba la impresión que no parara de narrar esos viejos cuentos que oyó y que la mayoría de veces mucha gente no le prestaba atención. Además lo hacía de una manera como si el asombro acabara de aparecer ante sus ojos. Las historias fluían como quien lee a un escritor por segunda  o tercera vez y continúa hasta nunca acabar. Lo cierto es que tenía un repertorio de leyendas que enriquecía con su constante dialogar con la gente de los lugares donde habitó. Cierto es que su historia real se diluía un poco entre la fantasía de sus cuentos y algunos datos pasaban a hacer parte de su mitología personal. Juan era obrero de campo y era capaz de hacer cualquier labor que le asignaran, ganadera o agrícola y bien pudo pertenecer a la época de los arrieros y ser parte de ellos. Y parecía de estos viejos que en algún momento de su vida dejaron de tener edad, pero cuando lo conocí, hace más o menos veinticinco años ya estaba cerca de los ochenta. Juan no sabía leer y escribir por esta razón, sus narraciones que muchas de ellas parecían sacadas de las Mil y Una Noches o de las Leyendas del Mar de Bernard Clavel, le daban un toque de especial autenticidad. Era un personaje bajito y con ciertos rasgos que años después me semejaron con el poeta de Mongolia Galsan Tschinag que pertenecía a una etnia de nómadas y había hasta cierto parecido en sus voces y en ciertos cantos. Además los dos pertenecían a una oralidad plena pues la lengua madre del mongol no posee escritura. El caso es que Juan tenía esa gran facilidad para contar historias y lo hacía en cualquier momento de su cotidianidad siempre y cuando se le presentara alguien al frente así no tuviera la capacidad de escucharlo. Lo podía hacer mientras aporcaba una mata de maíz o mientras sacaba a pastorear ovejas o mientras hacía mantenimiento a los desagües de la finca donde trabajaba. Lo único  en particular de Juan con respecto a su capacidad innata de narrar era que al pedírsele que lo hiciera en circunstancias diferentes a sus labores acostumbradas no podía contarle nada en absoluto a quien le preguntara y a esto se debe que escriba estas notas porque después de haberlo oído muchas veces, un día en que necesitaba que me las contara no lo pudo hacer y juraba que él no tenía conocimiento de este tipo de historias. Aunque parezca demasiado paradójico, este hombre tan elocuente y conversador al intentar sacarle la información fuera de cotidianidad no decía ni media palabra. Llevaba tres intentos fallidos tratando de que Juan me relatara estás historias y me insistía con cierta risa burlona que él no sabía nada de eso. No me explicaba por qué no lograba que me contara si unos años atrás en labores agrícolas lo escuchaba durante largo rato contar y contar sus relatos.

El caso es que ese miércoles en la mañana creí que el momento había llegado por fin y era ahora o nunca. Salí de la casa con la certeza de que no iba a regresar esta vez con las manos vacías y recorrí a pie los tres kilómetros que separaban la casa de él y la mía en una zona rural de Nemocón, limítrofe con Cogua. Era uno de esos días de sol picante que parece quemar la piel y vienen precediendo un aguacero.  En la casa de Juan aún no continuaban las labores cotidianas de la pequeña finca en la que trabajaba desde hacía unos tres años, cuya ocupación consistía en ordeñar unas cuantas vacas, reparar las cercas y a veces hacer mantenimiento a los desagües. Para entonces ya no trabajaba en la agricultura como en la época en que lo conocí cuando fuimos vecinos. Su vida se desenvolvía en este pequeño entorno en donde cada día se presentaba algún oficio. Cuando no se trataba de labores de la finca tenía que cuidar una hermosa huerta alrededor de la casa, sembrada de maíz, papa y bejucos de frijol enredados a las cañas. El caso es que Juan y Anita, la esposa me recibieron apenas terminaban un desayuno tardío. Me hicieron entrar en aquella casa de la época republicana con sus tejados de barro, su patio encerrado y sus largos corredores. De estas habitaciones frías de seguro iban a aparecer los fantasmas de alguna historia que Juan me iba a contar, pensé mientras recordaba que ahora debía emplear una forma diferente para hacerlo contar las leyendas que él sabía. La cocina con su estufa de carbón y al otro lado una mesa de madera servía a la vez de comedor y  allí dentro olía a cebo  del cual extraían la manteca para preparar los fritos. Esta era una vieja costumbre que ya en la región estaba desapareciendo remplazada por el uso de los aceites vegetales, que consistía en comprar el cebo o gordana como también se le conocía en las carnicerías del pueblo, lo derretían y de allí salía esta materia básica para las frituras que en ese momento se desvanecía con el olor de una taza de café que tampoco les faltaba a ninguna hora del día o de la noche. Aquel café con su amargo natural  y cierto sabor terroso que parecía impregnar los pensamientos  me hacía recordar las horas de vigilia de Honoré de Balzac durante la noche con varias tazas parecidas a la que Anita me había servido.

Juan ordeñaba unas pocas vacas en la madrugada  y otra vez en la tarde. Era una labor de menos de dos horas, el resto del día lo pasaba en hacer algún oficio en la huerta o alguna leve eventualidad que se presentara. Como la de ese día y los anteriores se trataba de sacar las raíces de un viejo pino que hacía algunos años habían talado, pero ahora ocupaba cierto espacio en el borde de la huerta y le habían dicho los propietarios de la finca que necesitaban sacarle provecho a esa franja de tierra. De manera que Juan alistó pico y pala y un hacha. Me convidó a acompañarlo porque debía terminar ese día de extraer la raíz. Como el lugar era cerca de la casa no tardamos mucho rato en empezar la labor. Se trataba de excavar por los lados del tronco e ir cortando las raíces delgadas hasta que aquella cepa quedara suelta por completo y se pudiera sacar. Así durante un buen rato nos turnamos, uno excavaba, cortaba las raíces y el otro sacaba la tierra hasta que se fue formando un gran hueco alrededor. Hablamos mientras tanto de muchas cosas: vecinos, amigos, parientes, personas con las que no se comunicaba todos los días. Ya llevábamos cerca de una hora de picar y picar cuando por casualidad, al verlo parado en el borde del hueco con los pies muy cerca de donde me encontraba cortando con el hacha alguna raíz gruesa se me ocurrió referirle una frase de una leyenda que era muy conocida entre los campesinos de la región: quite el pie mi amo que lo corto. Y la verdad, en ningún momento me llegué a imaginar el poder que ejerció esta frase en Juan. Tan pronto terminé de decirla dejó escuchar algo que parecía como una risa maliciosa pero en realidad era algo así como si hiciera alarde de saberla mejor que todos y en efecto. Me dijo esperé y verá le voy a contar como fue, acentuando más esa seguridad  y con su leve risa que era  de complacencia porque alguien lo iba a escuchar. Empezó contándome una historia que yo conocía, lo hizo quejándose de los hacendados que en la época del relato azotaban a los peones de los cultivos y el trato era muy cruel. Con esta introducción empezó a relatarme el fin de un capataz de unos cultivos de maíz que azotaba a los agricultores porque no eran tan buenos trabajadores como él y los sometía a toda clase de vejámenes. Un día se le apareció un niño y le pidió trabajo, el capataz le dijo lo mismo que a los otros: que si no trabajaba igual que él, lo castigaba con fuetazos de zurriago. Ante tanta insistencia del muchacho al fin lo aceptó y empezaron a trabajar esa mañana. Lo que el capataz no se pudo imaginar es que el niñito aquel no solo resultó igualándolo sino que para mantenerlo adelante mientras deshierbaban cada surco lo asustaba con el azadón muy cerca diciéndole quite el pie mi amo que lo corto y durante todo el día lo mantuvo así. Con la herramienta a unos centímetros de su pie derecho y no lo dejó ni almorzar ni tomar nada y en la tarde cuando terminaron labores el capataz cayó tirado al piso, reventado como los caballos que obligan a trabajar en exceso. El niño lo agarró de los brazos y se fueron  internando en el monte cercano. Al otro día cuando los obreros regresaron al trabajo encontraron que los surcos del capataz aparecían deshierbados pero los que había hecho el niño aparecían intactos, sin una mano que los hubiera tocado. Terminó diciéndome Juan lo que en realidad fue el inicio de una serie de narraciones contadas en chorro. Las contaba con un estilo pausado y tranquilo, breve y conciso. Recuerdo que llegó la hora del almuerzo, entramos a la casa de nuevo y me seguía contando de un compadre rico y un compadre pobre que había ido y regresado del infierno con un costal repleto de carbón que en realidad vinieron a ser monedas de oro. La historia de pedro Rímalas y Juan Pendejo cuando habían ido a deshierbar una huerta y de qué manera habían engañado al dueño del cultivo. Recuerdo que acabamos de sacar la raíz unos minutos antes que cayera un aguacero fuerte que nos hizo arrimar a una enramada en la salida de la casa por la parte de atrás  y la tenían repleta de maíz seco sin desgranar regado por el piso para que se fuera secando y estuviera listo para  molerlo y también sembrar en la próxima cosecha. Llovió el resto de esa tarde mientras la pasamos sentados en bancos de madera; la lluvia pegaba constante sobre las tejas de barro de la casa.

Ahora eran dos enormes jarros de cerámica, parecidos a los que en la época de la chicha llamaban valencias repletos de guarapo, los que mojaron de manera constante la palabra de Juan toda esa tarde. No recuerdo cuantos consumimos hasta cuando cesó el aguacero. Era un guarapo de miel de caña, dulce como el vino pero capaz de embriagar si no se sabía beber y conversar como lo hacíamos. No paró un momento de contarme sus historias que las había aprendido en sus correrías por los pueblos de la Sabana como arriero de reses unos años antes que los camiones ganaderos acabaran con este vieja ocupación que tanta historia dejó en Colombia. Dichas correrías también lo habían llevado a trabajar varios años con los fabricantes de chicha antes del nueve de abril. Y estas correrías también lo habían llevado a trabajar en canteras de piedra, en los inmensos cultivos de papa y varias de las grandes haciendas de La Sabana.  Las mejores historias de Tradición Oral que escuché hasta entonces contadas por este hombre que a sus setenta y siete años no sabía leer ni escribir pero era una especie de juglar y poseía una sencillez de auténtico hombre de campo con su risa espontánea y su generosidad fuera de limite. El caso es que con la lluvia se fue la tarde y con la tarde se fueron los relatos de Juan y con la cercanía de la noche mi regreso a casa por el camino empapado de lluvia y charcos con la emoción de llevar en mi memoria estos relatos para escribir y una lección inolvidable: era que un campesino como él, un narrador de Tradición Oral no cuenta un cuento por capricho sino porque esto es algo que se integra a su cotidianidad y entrar a escucharlo es hacer parte de ella de la misma forma que se comparte la labor de extraer una raíz de pino o la de arrancar las hierbas de una huerta mientras se comparte una bebida. Todo esto es el amor a la tierra y a su generosidad.

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