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El viejo despertó una mañana extrañamente feliz. Al levantarse tuvo la sensación de sacudirse del más extraño letargo padecido a lo largo de toda su vida. Ya nunca más pudo dormir ni de noche ni de día, pero siempre lo veían con su extraña felicidad irradiando en su rostro.


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LA CITA

Era el último recorrido por las calles de siempre. Miró de una manera más detenida el centro de la ciudad como si acabara de descubrir algo irreal en sus edificios. Algo le hizo caer en cuenta que llevaba años sin mirar nada, como si solo caminara mirando el rostro de los miles de peatones diarios.

En ese momento se percató de la vejez de algunas edificaciones sobrevivientes al paso de la modernidad, con sus fachadas deslucidas y su pintura en ruinas. Recordaba haber visto algunos avisos publicitarios de refrescos con su color original y su impacto visual en la distancia. Pero acababa de ver un cambio en las calles y en la arquitectura y hasta en las caras de las personas que siempre vio como una repetición de rostros.

Era como una luz repentina pronta a apagarse cuando cayeron las sombras y la ciudad se iluminara. Hubo entonces una honda melancolía capaz de confundirlo un poco pero ya todo estaba decidido para terminar su recorrido y cumplir su cita inevitable, decidida y expectante con la muerte.


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ALGUIEN BAJA LAS ESCALERAS

Les quedaba explicarle al niño como habían sido las cosas. No era nada fácil pues no sabía por dónde empezar y el hombre y la mujer se miraron en silencio. Recordaron que hacía varios días lo veían quedarse horas parado frente a la pecera, a veces con la cara pegada al cristal mirando los movimientos del rojo pez, el aleteo de su enorme cola en forma de velo y el constante abrir y cerrar de su boca en forma de entrada de caverna.

El niño pasaba largos ratos parado en el mismo lugar, algunas veces le hablaba y otras parecía imitar cada uno de sus desplazamientos a través del limitado espacio de cristal. Por instantes sus brazos se contraían como si de sus costados brotaron aletas y empezara a nadar. Otras, parecía agitarse queriendo aplaudir las piruetas del pez. Al comienzo apenas les llamó la atención, después se volvió el comentario de las reuniones pero nunca les llegó a causar preocupación. Cada vez eran más horas, detenido  frente a la pecera, desconectado del mundo con las ganas de no separarse del pez.

Todo así hasta la noche en que a eso de las siete de la noche destapó la pecera (parecía que lo llevaba premeditando) y lo sacó con sus dos manos del agua, lo acercó a su pecho mientras aleteaba y camino de su habitación lo secó con una toalla, lo abrazó y lo recostó mientras escuchaba sus estertores entre las cobijas que fueron disminuyendo poco a poco en la medida que transcurrían las horas.

Al otro día, antes del desayuno, los padres se miraron boquiabiertos mientras se les acercaba con el pez en sus manos preguntándoles porque estaba así de endurecido.

Tanta serenidad se veía en las piernas de la mujer bajando las escaleras del edificio. Tanta perfección en los muslos torneados como si alguien los hubiera pulido en fina madera, líneas curvas que alborotaban la respiración con solo oír sus pasos. Una leve penumbra enunciaba aquella visión hasta el talle. Ropas negras y un taconeo sobre baldosas semejaban el poder embriagante del vino. La espié tantas veces hasta que se perdía en la puerta de uno de los apartamentos y otras cuantas esperé con la ansiedad de un enamorado en la penumbra del pasillo semejante a un fantasma. Parecía que mi destino estaba dispuesto desde aquella posición a ver sus dos piernas bajar escaleras, medio ocultas en sus faldas provocadoras y el incesante taconeo en una especie de danza de tambores remotos. Tantas tardes de espera hasta la vez que la seguí hasta la puerta de uno de los apartamentos y me quedé paralizado. Era cierto el comentario de los vecinos del edificio: la otra mitad del cuerpo de la bruja no estaba en casa.

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SORPRESA TE DA LA VIDA

Estaban haciendo la representación de Pedro Navajas en la tarima de la plaza principal. La mujer, vestida de rojo que representa bien su papel hace que camina por la calle llamando la atención de algún hombre exagerando al mostrar las piernas. El que hace de Pedro no sabe fingirse el papel y se ve ridículo con su gabán y el pecho estirado como un  pisco. En la escena en que Pedro intenta atacar a la mujer, ella se enreda al tratar de sacar la pistola. Se angustia al no encontrarla mientras el público que llena la plaza empieza a molestarse. Dura muchos segundos que se vuelven eternos. Cuando saca la pistola ya no tiene dominio sobre el personaje y dispara sin apuntarle. Pedro se deja caer sobre el piso simulando mal.

Es entonces cuando se pone de pie el hombre mal encarado, trigueño oscuro y robusto, desenfunda un revolver de verdad y le grita, vieja imbécil yo si le voy a enseñar cómo es que se utiliza este instrumento.

GÉNESIS 

Algo parecido a un golpe que no hiere pero que lo sacudió como una revelación en medio de los árboles gigantes que recién brotaban como yemas vegetales en medio de un incisivo relámpago hizo que Adán se repitiera con insistencia semejante al despertar de un letargo de mil años ¿Quién soy? Y caminó por el campo invadido por el canto de millones de aves que coloreaban los arboles atardecidos. Caminó horas por entre el musgo verdoso con su justo asombro a cada aparición ante sus agrandados ojos. Vio el parto inesperado de las bestias gigantes y oyó el rugido de las fieras capaz de estremecer la frondosa manigua.

Al salir a una llanura tan amplia como el horizonte, lo cubrió una lluvia veloz e intermitente y las entrañas del mundo vibraron con el trueno. Esperó no supo cuánto. Hasta que el sol llegó a sustituir las largas goteras y el nuevo asombro de los colores del arcoíris se filtró en sus sentidos como una nueva emoción que lo hacía querer abrazar esa lejana bóveda de colores. Entonces la gran planicie se pobló de charcos color de plata con su brillo metálico. Y a todos cuantos se acercaba y estiraba sus manos, otras manos desde el fondo emergían con la misma rapidez. La imagen suya, reflejándose en el agua, sus brazos, sus piernas, su cuerpo; pero el rostro no era el suyo.  Ni lo profundo de su mirada ni la sensualidad de sus facciones podían ser su cara. Era ella, lo confirmó en el instante de un nuevo relámpago que hirió la calma de las aguas. Eva que emergía ante él al instante de verse a sí mismo.

AQUEL MALDITO PARTIDO

 Creí en ese momento que lo había matado o algo peor. En ese instante el mundo se me cayó encima y me aplastó sin compasión. Y no era capaz de explicarme, tratándose de mi mejor amigo aunque ya nada más grave podría pasar. El caso es que lo sacaron en una camilla, medio muerto y a mí me echaron del partido insultado y rechiflado. Pero ya no me importaba porque no quería saber más del futbol. Tan amigos los dos siempre y ahora jugábamos en dos equipos rivales. Él tenía fama de goleador y yo de buen defensa. El caso es que ese día me las ganó todas y los dos goles eran por culpa mía por eso me juré que no llegaría un tercero.

En efecto, no llegó nunca más. Ya no volvería a jugar otro partido, pero me quedaba el malestar interno carcomiéndome de mala gana. ¿Qué iba a pasar cuando me lo encontrara en la calle? ¿Volverlo a mirar a los ojos o dirigirle la palabra?

INEVITABLE

NADA MAS QUE FELIZ

Sólo en el último instante el hombre pudo reconocer la cara de su asesino.

LA NOCHE DEL PEZ

LAS MANOS DE MI GENERAL

Mi general ha dicho que seré el nuevo jardinero, y esto, que a muchos de mis amigos les hace sentir envidia, a mí no me enorgullece. Me dice que colecciona guantes de todas las marcas y de todos los lugares del mundo. A pesar del exilio de la jubilación conserva ciertas arrogancias del poder. Y cierto toque de aristocracia que pareciera llegar con los años.

Cerca de la quinta hay un inmenso bosque de eucaliptos y mi general lo recorre todos los días apenas sale el sol y el cielo empieza a ponerse azul. Camina durante largas horas con la cara levantada mirando hacia el techo del bosque que da una tonalidad especial entre las ramas y el color del cielo.

A veces –muy pocas--, no lleva los guantes puestos pero no saca las manos de los bolsillos y menos cuando alguien está cerca. Muy pocos nos hemos enterado que no lo hace para que no podamos ver sus manos teñidas de rojo indeleble.

ANTES DE DESPERTAR

Todo tan rápido que no supo cómo empezó, ni cómo llegó la mujer con ese vestido negro ceñido al cuerpo y le hizo un pose de bailarina con los brazos estirados parada en un solo pie, la otra pierna dejando descubrir un muslo fino como tallado en cristal, pero en realidad fue un movimiento ágil para ponerle una pistola en la sien derecha que lo dejó helado, con la respiración contenida y el corazón dando brincos mientras el brazo desnudo y frío le hacían presión en el cuello. Por un momento tuvo la lucidez suficiente para ver de cerca la situación y saber que le quedaban instantes de vida y quiso saber cómo sonaría el disparo antes del ingreso de la bala por su cráneo. Ahora sentía la angustia por saber cómo iba a ocurrir. Pasaron muchos segundos largos, eternos y al sentir el apretón más fuerte del brazo y lo que iba a ser la detonación un aire suave y solitario le empezó a traer un angustioso alivio.

MIMESIS

Estábamos en pleno baile de mascaras cuando ella y yo, por pleno acuerdo decidimos intercambiar nuestros rostros reales.

MARGOT EN EL ESPEJO

En sueños me bebí el café de Margot, mientras ella se miraba al espejo con su blanca espalda desnuda frente a mí y su cabello mal recogido en la nuca. Lo bebí a sorbos cortos. Ella seguía mirándose en el espejo como muda. De pronto alguien abre la puerta en silencio, entra y nos mira. Me da temor su desnudez; semeja una figura de yeso y trato de cubrirla. El visitante vuelve a salir sin decir nada ni hace ruido.

Ya despiertos, ella me mira con disgusto y no disimula su enojo. Cree que de verdad me tomé su café.

 

Un hombre singular

Ella siempre se enteró de todas y cada una de sus andanzas. Supo de las tres amantes en periodos diferentes de su vida y aunque siempre se lo reclamó el no podía negar su asombro y a la vez cierta admiración por ella y su capacidad para averiguar cosas tan bien guardadas. Nunca supo cómo ella lograba descubrirlo. Así pasaron los años.

Tu abuelo era muy singular –me decía años después--: contaba dormido todo lo que hacía despierto.


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Los olvidados

En las bolsas de basura abandonadas en el caño, los muñecos abandonados y mutilados, con dolor y esfuerzo han logrado hacer salir, en un angustiado gesto de auxilio, pedazos de piernas, nalgas huecas y hombros sin brazos. Hay alrededor suyos regueros de suciedad y soledad. Su grito, aunque fuerte y dolorido no lo escuchan los despistados peatones cuando van por la calle.

DIME CON QUIEN ANDAS

Conquienandas le dijo una vez a Quieneres mientras caminaban cogidos del brazo por el parque:

--Oiga, nos tienen jodidos con tanto señalamiento. Ya ni podemos ir a dar un paseo en paz por ningún lado.

--Si, debiéramos hacer algo contra los chismosos que nos miran.

Entonces decidieron que uno de los dos se volviera invisible cada vez que salieran a algún sitio. Desde entonces el refrán cambio al ver que ya no andaban juntos y por todas partes se empezó a decir: dime con quién andas y te veré hablando solo.

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