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  • Foto del escritorLuis Ignacio Muñoz

MANUSCRITO HALLADO EN UN HUECO DE LA PARED

Ya he perdido la cuenta de los días que llevo encerrado en este cuarto, sin poder salir a mirar siquiera la claridad del sol, casi sin atreverme a ningún movimiento, nada que delate la minuciosidad de la vigilancia del hombre en la puerta atento y nervioso. Hasta del vuelo de una mosca parece ponerlo alerta, a veces con un pánico en sus actitudes, su cara siempre oculta detrás de la capucha negra. Ignoro sus facciones, es alto y fornido, poco habla. Los otros dos qué se turnan para traerme la comida parecen más comunicativos. Dicen que todo acabará pronto. Sus voces fuertes y seguras me llegan a transmitir ánimo. Otras veces los veo taciturnos, ni siquiera entre ellos se dicen nada, Van por la casa sin hacer ruido, como fantasmas haciéndome creer a ratos que estoy solo durante horas, abandonado en este encierro sin que pueda imaginarme a donde han dejado la llave. Descubro su presencia al verlos puntuales cada mañana con el desayuno que me dejan a un lado de la cama.

A ratos los noto disgustados, maldicen la presencia de helicópteros cuando pasan a poca altura y desaparecen en la distancia. Oigo la reiteración de la orden al hombre que vigila junto a la puerta en caso extremo. Y llegó a pensar en lo imposible que resulte la salvación en este cuarto de cuatro paredes sin ventanas con el techo elevado y está semipenumbra oxida y mohosa apenas con un montón de revistas y periódicos del pasado que acaso nunca pude leer en mí ocios en la oficina. Las caras de conocidos, amigos y enemigos en las fotografías sin que amortigüe del todo la espera ni la infinidad de días y días en el mismo encierro.

-Qué vaina con su familia- me dice uno de ellos- unas veces dicen que sí y otras que espere por qué no acaban de reunir la plata.

- Pero es que la tienen y no les da la gana- dice el otro.

- Vamos a ponerles un plazo, si no lo cumplen van a ver lo que les espera.

Es lo que en verdad ha llegado a llenarme de presentimientos. Han llamado varias veces a mi esposa, ella sentada en una silla de la sala con la bocina agarrada cómo los simios a un objeto raro lloriquea diciendo que esperen, el dinero no se ha reunido, cuando lo sabemos, ellos con sobrada razón, lo sé yo con desgano que está listo en el instante oportuno. Pero no. Sé también de su espera silenciosa de pie tras el ventanal, sonriente, salpicada de su sonrisa mientras espera la convenida llamada de Alejandro, mi gran socio y amigo a invitarla en la noche a salir juntos a comer y a estar un rato en algún lugar ocultos de toda mirada inoportuna. Aunque ya no sea un secreto y sólo con el fin de llamar la atención tratan de esconderse. Ya ella me lo había dicho:

- Por haberte metido con esa estúpida empleada te voy a castigar donde más te duela.

Y así ha venido sucediendo. Ella muy sonriente y muy pegada siempre a mi socio y yo a la espera de otro golpe imprevisto. Mi hermano como enemigo número uno a causa de sus deudas que ya no me podrá pagar mientras mis hijos al otro lado del mar y lejos de mí preciso para evitar que les pase esto aún no me creen. Por eso he llegado a la conclusión final y amarga de qué puedo esperar muy poco. Acaso ya no tengo nada para disimular. ni de arrepentirme y mis presentimientos vaguen sueltos a través del espacio y sólo piense cada momento en Elena, su rostro entristecido y ojos grandes, sólo en Elena, distante en algún sitio remoto de la ciudad que ya no sé, su cuerpo fresco y cabello negro, delicada y silenciosa. Todas las mañanas en la oficina sentada junto al escritorio con mesura. Recatada, misteriosa, ambas cosas me hicieron quererla y ser paciente y estratégico ante sus continuas negativas.

- Escribiendo el testamento, dr Medina- me dice uno de los hombres al entrar sin que no me diera cuenta.

-La verdad no sé.

- Le traigo buenas noticias, dijeron por la radio que sus hijos acaban de llegar al país a ponerse al frente del caso.

-Ojalá resulte.

- Resultará, queremos que así sea, Además usted me parece buen tipo y nos daría muchísimo pesar hacerle algún daño.

Ha pasado otra noche igual de larga y de incierta las anteriores de poco sueño y una vigilia asediado por los mismos pensamientos. Son las siete, hora en que Elena se arregla frente al espejo del tocador y sale presurosa a la calle, la imagino irse a su nuevo empleo con el pelo húmedo, su fragancia de jazmínes áspera y amarga, alejada de las intrigas de antes. ¿Qué dirán hoy los periódicos? Y qué chismes habrá inventado mi esposa, asesorada tarde y mañana de su corte de brujos y quirománticos mientras el resto de la sociedad confabula y comenta los sucesos cada vez más convencidos de las palabras de ella. Elena, desinformada, acaso pensando en el lio absurdo, creyendo si más bien sea mejor olvidarse de todo y emprender una retirada prudente y eficaz. Pienso en su rostro entristecido el día de nuestro último encuentro en el restaurante, su traje oscuro y el cabello sobre los hombros.

- Tu esposa ha vuelto a llamarme, no sé cómo ha vuelto a ubicar mi número.

-¿Te insulto?

- No, únicamente dijo que iba a hacer hasta lo imposible con tal de dañarnos todo.

- A mí también me lo dijo.

- Le recordé lo que andan diciendo por ahí. Se puso muy indignada, tiró el teléfono. --Bueno tengo que irme.

- Nos vemos mañana a las seis.

- Está bien, a las seis.

Pero esa tarde, una hora antes de la cita, al salir de la entrevista en la oficina de Montejo, mi otro socio, mientras caminaba hacia el parqueadero, un par de hombres me encañonaron con sus pistolas, dijeron camine con nosotros y no grite. En su carro estacionado cerca al andén me hicieron subir en la parte de atrás, tuve que sentarme en medio de los dos y simular que iba como otro pasajero. Nada de lo que pudiera pasar me preocupó hasta entonces, tan sólo me apesadumbrado a mi cita de las seis. Este ha sido mi temor más frecuente como si algo me dijera a cada momento que no la veré de nuevo.

- No termina el testamento doctor Medina- me dice uno de ellos al entrar con el desayuno.

- Me falta muy poco.

- Es mejor que se apresure, las cosas no mejoran. Sus hijos están negociando pero regatean como si fuera huevos.

- Me gustaría que me dejaran hablar con ellos. Tal vez los convenza.

- Es inútil, ya les colocamos la grabación del otro día se acuerda, donde usted dice que paguen lo que sea.

Ha vuelto a salir por la puerta como suelen hacer siempre, igual que fantasmas, su porte altivo, desafiante y esa gentileza que me desconcierta. Los tres son casi iguales, parecen diseñados con un molde similar con sus costumbres silenciosas, sus juegos de cartas en otras de las habitaciones, su atención al radio a bajo volumen, su ir y venir paso a pasos disimulados y la alerta constante del que queda vigilando la entrada, inútil acaso, pensaba al principio, ahora me doy cuenta que no es tanto a una escapada mía sino a quién pueda aproximarse a la casa, a pesar de estar lejos de vecindades, se escucha ladrar perros muy distante y de los gallos a la madrugada apenas se oye un rumor vago.

- Parece que ya terminó doctor Medina- dice otra vez el hombre.

- No, la verdad me sentía cansado.

- Malas noticias, Se dañó el negocio con sus hijos, dicen que no van a pagar un solo centavo después de todo lo que han sabido.

- Ya lo esperaba.

- Parece usted resignado y esto es un gran gesto. Créame, vamos a intentar algo más porque acabar con usted nos parece muy doloroso.

- Entonces Déjenme ir, prometo que les pagaré lo que me piden.

- Imposible, doctor, es un riesgo que no podemos afrontar.

Pasan las horas lentas como siempre, otra noche casi en vela, ya no sé ni Cuántas van que no he podido dormir bien me atormentan las pesadillas. Al despertarme liberó de persecuciones a través de túneles interminables. Elena destrozada sin compasión por garras monstruosas y mi esposa diciendo a la policía que es inútil buscarme. Sin embargo a ratos me renace cierta esperanza en esa promesa común que todos llamamos el mañana. A ratos me parece una mentira cuánto me pasa y trato de vegetar como las plantas, inmóvil al tiempo, olvidarlo, dejar al azar esa sucesión de hechos que ya no quiero comprender.

- Habrase visto cinismo- dice el hombre antes de entrar con el desayuno- se imagina usted, han dicho por la radio que somos nosotros quienes no queremos negociar.

- No me extraña- dije amargado.

- Pero no. Ya las cosas son a otro precio. Va a ver usted.

-¿Qué quiere decir?

- Anoche estuvimos estudiando su hoja de vida y llegamos a la conclusión de La tremenda equivocación de nosotros. Acabamos de conocer su vida al derecho y al revés, doctor Medina. Fíjese, su situación es tan dura que a ellos bien les estamos haciendo un favor.

- Es cierto, no lo niego.

- Pero hay más, díganos, esa mujer que dicen llamarse Elena no podría pagarnos el dinero.

- Imposible, ella vive sólo de su empleo.

-¿Y es cierto que es tan importante para usted y dice que ha sido capaz de infringir sus normas sociales y todo?

- Desde luego que sí.

- Entonces la solución está en sus manos, doctor Medina. La traemos a ella y usted queda libre, pero luego nos paga lo que estamos pidiendo a su familia.

- Eso jamás lo puedo permitir.

- Peor la cosa, doctor Medina, entienda, es la única oportunidad que le queda. Ya lo ha visto, su familia no le interesa pagar, quieren que se muera, nosotros queremos la plata y hacer algo en su favor. Además todo va a salir bien.

Transcurre el día con inusitada lentitud. Otra vez los temores asaltando mi con más crueldad y el oscuro presentimiento de que no volveré a verla aunque todo diga que sí. He aceptado las condiciones de ellos, he colaborado con todos los datos, les di el número de su teléfono, el de la oficina donde trabaja ahora. Me han dicho que la van a traer esta tarde apenas salga y a mí me dejarán en el pueblo más próximo. Dos de ellos se han ido a traerla y yo siento más latente mi temor, he visto muy nervioso al que se quedó. Va y viene de un lado a otro sin atreverse a llevar a cabo cualquier decisión. No es para menos, pienso, después de las cuatro se empezaron a oír varios helicópteros, ahora no se han alejado, siguen volando en derredor, un par de ocasiones los oigo volar muy bajo.

- Vienen por usted pero no saldrá de aquí- me advierte el que vigila afuera.

Las horas siguen como siempre, se aproxima el crepúsculo, será otra noche incierta, sin que me atreva a imaginarme que ocurre con Elena. La noche va cayendo, pesada, fría y escucho un carro aproximarse. Menos mal los helicópteros se han ido, pienso. Traen a Elena, lo presiento, oigo las portezuelas abrirse, bajan, alcanzo a percibir un vago forcejeo y luego entran a la casa. Sólo se percibe el rumor de las voces en las otras habitaciones. Acaso la tengan amarrada y en la boca una mordaza. Por la carretera se alcanza a oír el ruido de otro carro acercándose, deteniéndose a gran distancia y sigue el silencio .O tal vez sea el producto de mis nervios alucinados, luego el ruido se repite un poco más alejado.

- Se detuvieron preciso en la curva.

- Mejor huir- dice otro.

- Demasiado tarde- vuelve a gritar.

Alcanzó a oír el tropel afuera, quiero escribir rápido, terminar y esconder mis anotaciones en el hueco de la pared y esperar sentado, con los ojos cerrados, las manos en los oídos a que se abra la puerta y ejecuten mi sentencia.

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